Un comentario a la narración tlatelolca de la caída de Tenochtitlan
[Nota preliminar: La presente entrada es un trabajo del
curso del cual este blog es la bitácora. Corresponde al trabajo encargado el
martes 8 de agosto de 2017].
La relación de la conquista de México-Tenochtitlan(y de
México-Tlatelolco) narrada por los mismos tlatelolcas que fueron testigos y
protagonistas de los diversos hechos—contenida en el capítulo XIV del libro de
Miguel León Portilla La Visión de los
Vencidos, y que hemos escuchado en una dramatización radial— es un texto de
gran valor para dimensionar el conflicto entre los mexicas y los castellanos
que acabó con el sometimiento del actual territorio mexicano y su anexión al
reino español. Con base en esta narración—de la que en este blog hemos
publicado unos extractos en la entrada anterior— quisiera proponer dos
reflexiones.
En primer lugar, cabe destacar el drama humano que los
tlatelolcas describen con tristeza y amargura, un drama que muchas veces en las
narraciones de guerra queda ensombrecido por lo que para unos es una gesta
victoriosa y para otros una derrota dolorosa. Por ejemplo, baste mencionar dos
textos: la descripción del hambre a causa del sitio:
Hemos comido palos de colorín (eritrina), hemos masticado
grama salitrosa, piedras de adobe, lagartijas, ratones, tierra en polvo,
gusanos... Comimos la carne apenas sobre el fuego estaba puesta. Cuando estaba
cocida la carne de allí la arrebataban, en el fuego mismo, la comían. Se nos
puso precio. Precio del joven, del sacerdote, del niño y de la doncella. Basta:
de un pobre era el precio sólo dos puñados de maíz, sólo diez tortas de mosco;
sólo era nuestro precio veinte tortas de grama salitrosa. (León Portilla, s.f.:
143)
Y la seductora y diplomática pregunta de la Malinche a los
tlatelolcas invitados a pactar: "¿Qué‚ no tienen compasión de los niñitos,
de las mujeres? ¿Es así como han de perecer los viejos" (León Portilla,
s.f.: 141).
Efectivamente, las guerras tienen rostro humano, uno que
no solo se tiñe con el rojo de la sangre, sino que a veces se blanquea con el
albo tono de la inanición. Detrás de todo gran evento histórico, hay personas
concretas que lo vivieron, lo sufrieron, lo actuaron, y en ellos ha dejado una
huella. En el caso de la caída del Imperio Mexica, ¿qué huella no habrá dejado
en esa sociedad?
Después de la toma de la ciudad y de la captura de
Cuauhtémoc, los tlatelolcas que escapan y se dispersan deben de regresar a
Texcoco a causa del maltrato de los pueblos vecinos: en efecto, la huella en el
hombre no es solamente física, sino también moral y psicológica. En este caso,
se trataba de la humillación de un Imperio hasta ese momento casi todopoderoso.
¿Cómo va a afectar eso la forma de pensar de ese pueblo, que no será en
adelante ni mexica ni español, sino—mestizaje cultural y no solo biológico—
mexicano? ¿Cómo va a determinar su idiosincrasia, su autodefinición, su
relación con el mundo? Son preguntas que vale la pena hacerse, y plantear
adaptadas para el resto de Latinoamérica: podremos así comprender mejor lo que
está detrás de cada pensador, de cada filósofo, de cada estudioso que veamos en
el curso, o con el que nos topemos en nuestro diario vivir.
En segundo lugar, quisiera destacar otro aspecto que se
puede desprender de la crónica tlatelolca: la complejidad
político-diplomática—llamémosla así— del conflicto, lo cual incluso nos permite
hacer una reflexión sobre la noción romántica de la época precolombina que es
tan común entre los pensadores latinoamericanos. Los narradores dejan muy claro,
en el episodio de la invitación a negociar por parte de Cortés, que hay también
indígenas peleando al lado de los españoles en contra de los mexicas. Menciona,
en efecto:
"Pues están aquí conmigo los reyes de Tlaxcala,
Huexotzinco, Cholula, Chalco, Acolhuacan, Cuauhnáhuac, Xochimilco, Mizquic,
Cuitláhuac, Culhuacan." Ellos (varios de esos reyes) dijeron: "¿Acaso
de las gentes se está burlando el tenochca? También su corazón sufre por el
pueblo en que nació. Que dejen solo al tenochca; que solo y por sí mismo...
vaya pereciendo..." (León Portilla, s.f.: 141).
A pesar de la tan común interpretación de pueblos
indígenas contra pueblos extranjeros, vemos a grupos amerindios enteros
aliándose con Cortés para derrotar a los mexicas. ¿Por qué?
La respuesta está al alcance de la mano: los mexicas eran
un imperio, es decir, extendían su dominación sobre esos pueblos, que querían
liberarse de su yugo. Más aún, para los españoles esa dominación tenía incluso
otra tonalidad: el espanto ante la asiduidad de los sacrificios humanos por
parte de los tenochcas—aunque siendo justos, era una práctica común en
Mesoamérica, y no se limitaba solo a lo aztecas—, que les conminaba a
actuar—desde su propia convicción religiosa— para detener un acto pagano tan
abominable—aunque no desde la convicción religiosa de los indígenas—.
La visión romántica del contacto
amerindios-españoles—insisto en contacto,
que, eso sí, puede expresarse como intercambio
cultural o como conquista según
sea el caso, como se ve con el ejemplo que se expone— que pinta a los ibéricos
como el poder dominador extranjero que coarta y destruye la creatividad propia
y floreciente de una cultura indígena buena y pura, no es más que eso: una
visión romántica. Ambas culturas, la española y la mexica, tenían sus luces y
sus sombras, sus sofisticaciones y sus barbaries. En una, la lujuria por el oro;
en otra, el asesinato ritual; son solo ejemplos. No podemos reducir la historia
a una simplista confrontación entre buenos y malos, al estilo de los melodramas
mudos; mucho menos podemos instrumentalizarla como metáfora. Historia magistra vitae, no Vita magistra historiae, o peor, machinatrix historiae.
Para concluir, la mayor validez que tiene esta narración
tlatelolca—junto con los otros testimonios indígenas de la época— es la de
abrir la mente a las diferentes visiones que se tienen de un mismo
acontecimiento, y no quedarse solo con la visión de los vencedores, sino
comprender también los sentimientos, preocupaciones, inquietudes, luces y
sombras de los vencidos. Para nosotros como latinoamericanos, nos permite
también comprender la parte americana de nuestras raíces culturales de forma
más directa y no dependiente de la parte europea de dichas raíces.
Pero pienso, al estar fehacientemente en contra de
cualquier reduccionismo romántico del contacto entre americanos y europeos, que
el mayor valor de estos testimonios hoy en día es que facilitan un acercamiento
crítico a la cuestión de frente a cualquier instrumentalización ideológica que
se pueda realizar de los hechos.
Referencia
León Portilla, M. (Comp.) (s.f.) Una visión de conjunto:
Relación de la conquista(1528) por informantes anónimos de Tlatelolco. En
Visión de los Vencidos(pp. 131-150). México: Universidad Nacional Autónoma de
México.
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