Comentario de "Nuestra América", de José Martí

[Nota preliminar: Este texto corresponde directamente a un trabajo del curso del cual este blog es la bitácora].

En este ensayo de José Martí, se transluce lo que podríamos llamar un "patriotismo regional", es decir, una defensa a ultranza—defensa en su doble acepción de apología y de fundamentación—, sanamente orgullosa, de la tierra que se extiende "del Bravo a Magallanes", la "América nueva"(p. 39). Martí transmite en un texto vibrante un pulso de esperanza ante una región constituida por naciones jóvenes y hermanas, que han surgido históricamente al hacer un frente común en la aún no lejana época independentista.
Sin embargo, Martí es claro al señalar los complejos avatares por los que pasaron precisamente esas naciones jóvenes en la búsqueda de la propia identidad que se da imprescindiblemente en toda adolescencia. Un pueblo, el latinoamericano, con problemas propios, con idiosincrasia propia, tradiciones propias, ideales propios, donde el vino se saca del plátano, y en vez del águila vuela el cóndor... En fin, un pueblo que ha vivido o con mentalidad de aldea, o con mentalidad de feudo. Me explico: de aldea cuando se encierra en sí mismo, ahogándose en sus propios intereses como el Cerbero de Dante que se atiborra de barro, optando así por volverse contra los demás, en odio, en rencilla, en recelo; de feudo, cuando no comprende que "se imita demasiado, y que la salvación está en crear"(p. 37), cuando viven envidiando "los goces de Europa, la grandeza que en ella se encierra".
A este segundo modelo de pensamiento Martí le dedica sus más ácidas críticas—"Si son parisienses o madrileños, vayan al Prado, de faroles, o vayan a Tortoni, de sorbetes"(p. 32)— pero también sus más cuidadosas reflexiones. Para él, para que América se yerga, adulta y madura, debe aprender a caminar pisando no suelo europeo, sino suelo americano. Puede informarse, aprender de lo bueno que hay más allá del Atlántico, pero no puede pretender aplicar tales métodos mediante un mero transplante, sino adaptarlos en función de—y no al revés— las necesidades de su terruño. Esto vale para la política, para la economía, para la conformación de la sociedad. Martí no se cansa de hacer énfasis en una independencia identitaria cuando ya se ha dado la independencia gubernamental.
Al primer modelo, el de aldea, Martí le opone un ideal, pues "trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra", y "una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados"(p. 31). Este estandarte del pensamiento y del corazón es la noción del "patriotismo regional", pues la América nueva es el hogar, la casa, el mundo de todos los americanos, de norte a sur. "No hay odio de razas, porque no hay razas"(p. 38); la integración se abre a todos, incluso a los más olvidados por el colonialismo, como los indígenas y los negros. El orgullo por la madre-región que nutre  con sus senos térreos a sus aún balbucientes naciones hijas, una madre-región que encaneció a la sombra de pirámides y se arrugó con el trazado de calzadas desde antes de que los barcos españoles se vieran en el horizonte, ese orgullo es lo que ha de caracterizar al auténtico latinoamericano: la esperanza de Martí, y la propuesta surgida de su corazón, es que la "América nueva" se abrace a sí misma, y se decida a caminar haciendo su propio camino, sin discordias intestinas ni imitaciones pueriles. En fin, que diga eventualmente, incluso, "nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra"(p. 34).

Referencia

Martí, J. (2005). Nuestra América. En Nuestra América(pp. 31-39). Venezuela: Fundación Biblioteca Ayacucho. 

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