Eco de clase (12 setiembre 2017)



En esta clase profundizamos propiamente el pensamiento nahua, sus temas, sus fuentes, y algunas figuras importantes de su desarrollo.

El pensamiento filosófico nahua: trasfondo cultural
Toda cultura elabora su pensamiento desde una cosmovisión, que en todos los pueblos es originariamente mitológico-religiosa: su forma de ver al mundo se traduce en su forma de entenderlo, de entender al hombre, a la sociedad, a lo trascendente. En el caso de los pueblos nahuas—o náhuatl, ambos términos son sinónimos— la preocupación se daba por el orden del mundo.

Si en Europa es frecuente ver una realidad monótona, con paisajes de composición relativamente simple—bosques de árboles muy uniformes, montañas rocosas casi sin vegetación—, el paisaje americano es una efusión de exuberancia, con selvas que a los ojos de un europeo con caóticas y exóticas, con animales de gran colorido, con montañas forradas en vegetación en la base pero con páramos pelados en la cumbre. Para los pueblos indígenas de nuestra zona, era fácil ver el mundo como una realidad dinámica, a veces con constante lucha de elementos—lluvia, tormentas, inundaciones, terremotos, erupciones—, pero en medio de la cual subyacía un orden. ¿Qué era lo que originaba ese orden?

El debate por los sacrificios humanos
Si la lucha de los elementos se tradujo para los nahuas en la lucha entre los dioses—de allí el mito de los cinco soles, presente también entre los mayas—, el orden se originaba por la estabilidad del poderío del dios que regía la era correspondiente. Para los náhuatl esta era, la del viento, es marcada por la creación del hombre; como trataremos en una entrada futura, este mito implicaba que, para que los hombres tuvieran vida, los dioses debían sacrificarse. La manutención del orden cósmico recaía en que el hombre asumiera su responsabilidad con los dioses y ofreciera también sacrificios—cruentos, en su mayoría— para mantener su vigor y su poder; en el caso de los mexicas o aztecas, el sacrificio más importante buscaba alimentar a Huitzilipochtli, dios supremo y sol del mediodía, rememorando su victoria contra su hermana Coyolxauhqui.

(Tal vez el tema de los sacrificios humanos nos pueda parecer a nosotros un acto barbárico y despiadado, pero hay que leerlo desde la óptica de los pueblos que lo practicaban. Mircea Eliade en su libro Lo sagrado y lo profano lo interpreta como la reactualización de un mito; dichas reactualizaciones buscan vincularse con los dioses, con lo sacro, pues es la dimensión de la auténtica vida. Sin embargo, a veces reactualizar el mito implica  la realización de acciones sangrientas, como sacrificios, incluso humanos, o canibalismos; estas acciones emulan generalmente la derrota original de un enemigo de los dioses que, desmembrado por éstos, vivifica con sus restos la tierra, dándole fertilidad, o directamente siendo la materia prima con que las deidades edifican este mundo. Por ello, tales actos, que pueden verse a los ojos modernos como crueles y sanguinarios, cargan en realidad una fuerte responsabilidad como mantenedores de la fertilidad de la tierra, de la salud y consistencia del mundo.[1])



En este contexto surge la figura del rey-sacerdote tolteca Quetzalcoátl(posteriormente divinizado), que se opondría a la realización continua de sacrificios humanos cruentos, promoviendo como auténtico cumplimiento una vida moral que se ocupara de la realización de la toltecayotl, artes plásticas y sociales, es decir, creatividad y socialización(como dato, la palabra tolteca en las culturas mexica y maya lleva la carga de bien realizado, bello, cuidado, debido al gran avance ténico del pueblo que llevó ese nombre). La divinidad tolteca principal era Ometéotl, un dios creado que se presentaba como una dualidad; en él habían a la vez un principio masculino(Ometecuhtli) y uno femenino(Omecíhuatl), y en general su figura expresaba la armonización de los contrarios.

Quetzalcoátl, que bien podríamos identificar como filósofo, fue expulsado de su ciudad a causa de opiniones tan divergentes(el mito posterior opone al dios pacífico Quetzalcóatl el dios hechicero y violento Tezcatlipoca, a quien los mexicas se referían por respeto con nombres como Titlacauan—"somos sus esclavos"— y Necoc Yaotl—"enemigo de ambo bandos"—). Tras la expulsión del rey tolteca, se impusieron de nuevo los sacrificios humanos, que comenzaron a utilizarse no solo como un ritual sacro, sino también como un mecanismo de control político; los máximos exponentes de este uso fueron los aztecas; precisamente su dios tutelar, Huitzilopochtli, era también el dios de la guerra.

Los grandes temas de la filosofía nahuátl, y la figura de Nezahualcóyotl
Los pensadores náhuatl manifestaban su pensamiento usando la poesía cantada, lo que en su idioma expresaban como in xóchitl in cuícatl, "flor y canto"(según Ernesto Cardenal, esto es un término dual que remite, en última instancia, a Ométeotl[2]). Dos temas eran los que principalmente tocaban: el sentido de la vida—y si hay un más allá, y si este más allá es el que le da sentido a la existencia; no se enfocaban tanto en la muerte, a diferencia de los europeos— y la verdad—en náhuatl, nehiliztli, literalmente estar cimentado, estar enraizado firmemente: ¿puede el hombre sustentar su vida en algo que sea verdad, en algo real y definitivo?—. Rara vez daban respuesta en sus cantos a estas inquietudes: planteaban las preguntas, invitando a la reflexión constante, y permanecían así en constante búsqueda.

Uno de los filósofos-poetas que expresó estos pensamientos fue Nezahualcóyot, tlatoani(rey) d Texcoco(de cuya figura hablaremos en una entrada posterior), y a ese respecto les dejaré aquí un extracto de su Canto de la huida[3] que leímos en clase:

Nezahualcóyotl, representado en un códice colonial
 ¿Es verdad que nos alegramos, 
que vivimos sobre la tierra?
No es cierto que vivimos
y hemos venido a alegrarnos en la tierra.
Todos así somos menesterosos.
La amargura predice el destino
aquí, al lado de la gente. (...)

Ha venido a crecer la amargura,
junto a ti a tu lado, Dador de la Vida.
Solamente yo busco,
recuerdo a nuestros amigos.
¿Acaso vendrán una vez más,
acaso volverán a vivir?
Solo una vez perecemos,
solo una vez aquí en la tierra.
¡Que no sufran sus corazones!,
junto y al lado del Dador de la Vida.



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